MISOGINIA-POR FABRIZIO MEJIA-MADRID
ANALISIS PREVIO DE OSVALDO BUSCAYA
Fabrizio Mejía Madrid expresa que: [La misógina no es lo mismo que
odio hacia las mujeres. Los acusados de misoginia siempre dirán, en su
descargo, que aman a sus mamás, esposas e hijas. Todas ellas mujeres buenas, no
malas como las que ellos insultan y, con ello, creen castigar. No es pues un
rechazo, encono, o animadversión con el sexo o el género, sino con la posición
desde la que hablan. La misoginia no es un asunto individual, de psicología o
de manejo de emociones, que se resuelva con que el violentador tome sus cursos
de manejo de ira o que entienda que las mujeres son sus iguales. No. La
misoginia es sistémica: instituciones, prácticas, comportamientos, lenguaje,
imágenes, acciones, lo sustentan todos los días. Tampoco es idéntico al
sexismo, aunque se alimentan. Tampoco es privativo de los varones. Hay, en
efecto, mujeres misóginas que le sirven al sistema patriarcal porque la
sororidad no es una esencia que se lleva por el sólo hecho de ser mujeres, sino
que es una práctica política que reconoce que el término “mujer” es el lugar de
una opresión desde la que se habla, cuenta y denuncia. El sexo no es el género
ni, mucho menos, el lugar desde donde se protesta contra las opresiones. El
sexo es genital y médico. El género es mental y de comportamiento. La lucha
feminista es una narración, un programa, y una serie de comportamientos
alternativos sobre la inequidad y la dominación de los varones.]
Pues, el varón conscientemente silencia y con toda intención en sus
funciones estatúales, religiosas, etc., su desprecio hacia lo femenino,
fundándose incluso para ello en impedimentos que aún no han logrado superar; la
repugnancia a comunicar su ambigüedad sexual, que encubre en el sometimiento
del travestismo. Tal sería lo que corresponde a su hipócrita insinceridad
consciente. Escapa al varón el curso de las fases edípicas que lo tuvo como
víctima del proceso cultural impuesto en las alternativas de iniciación
machista; un orden siempre que inevitablemente vulnera irreversiblemente al
infante, que sucumbe a la represión. La concepción mitológica del patriarcado,
sobre su civilización perdura e impone en lo extraño de lo político, de las
religiones, sectas, etc. Mitología del paraíso perdido, del pecado original,
del bien y el mal. La diferencia existente entre el desplazamiento del
patriarcado y el del paranoico es menos de lo que a primera vista parece. El
feminismo es lo que hace que la civilización patriarcal nos aparezca tan fuera
de lugar en la actualidad. En la concepción del mundo que se tenía en tiempos y
por pueblos prefeministas, la paranoia patriarcal estaba justificada y era
“lógica”. El inquisidor observaba a la mujer como mensajera del demonio y tenía
una relativa razón de hacerlo así, pues obraba conforme a sus principios. Todo
aquel que tenga ocasión de investigar por los medios psicoanalíticos los
fundamentos del patriarcado, podrá exponer la “calidad” de los motivos que se
manifiestan en la irresoluble perversión y ambigüedad sexual del varón.
Fabrizio Mejía Madrid expresa que, [En su libro, Down Girl, Kate Manne
escribe: “Incluso cuando la gente se vuelve menos sexista –es decir, menos
escéptica respecto de la perspicacia intelectual o la capacidad de liderazgo de
las mujeres, y menos inclinada a aceptar perniciosos estereotipos de género
acerca de que las mujeres son demasiado emocionales o irracionales–, esto no
significa que el trabajo del feminismo esté terminado. Por el contrario, la
misoginia que estaba latente o dormida dentro de una cultura puede manifestarse
cuando las capacidades de las mujeres se vuelven más destacadas y, por lo
tanto, desmoralizadoras o amenazantes”. Eso es quizás lo que nos sucedió como
país: el sexismo es menor, pero el 7% que piensa mal de Claudia Sheinbaum
todavía tiene a la misoginia para hacerse escuchar, para tratar de equilibrar
el peso enorme de la mayoría que decidió que sean mujeres las principales
autoridades del país y que sí, que lo van a hacer muy bien.]
Pues, la lucha contra las motivaciones del patriarcado es en el
control que ejerce, él mismo, en la totalidad del ordenamiento social, el punto
débil de cualquier alternativa de “acordar” la mujer con el varón, la igualdad.
Los logros de la mujer como concesión del patriarcado, en la actualidad, es la
artimaña interpuesta para no atacar la irresoluble perversión y ambigüedad
sexual del varón. Disimular simplemente el motivo de su desprecio a lo
femenino, por lo menos temporalmente. La soberbia del patriarca,
manifiestamente perversa, no obstante, su pretendida “superioridad” fálica,
representa la permanencia en un estadio de la inhibición de su desarrollo como
regresivo. El recorrido de los hechos, en la historia de la civilización, nos
indica que no es necesario que las distintas significaciones de su irresoluble
perversión y ambigüedad sexual, sean compatibles entre sí: es decir, que se
complementen formando un todo unitario. Basta que tal unidad resulte, de ser un
solo y mismo tema el que ha dado origen a las distintas actitudes; desde la
rebelión de la horda primitiva, el derecho de pernada, la inquisición, etc. La
irresoluble perversión y ambigüedad sexual del varón integra simultáneamente
varios sentidos en oriente y occidente; en el jeque, en la favela, en la villa
miseria, etc., expresando sucesivamente varias significaciones. Puede cambiar
por otro, en el transcurso de los años, uno de sus sentidos, incluso el
fundamental de la ciencia que consideraba inferior a la mujer fundamentándolo
en una menor masa cerebral, a un “reconocimiento” actual de no considerarla
idiota, haciendo una transferencia de un sentido al otro. Hallamos en la
civilización patriarcal un rasgo conservador en cuanto a la irresoluble
perversión y ambigüedad sexual, que una vez constituida, tiende a perdurar,
aunque la idea inconsciente que halló en ello su expresión, haya perdido su
significación primaria. En la constitución de la irresoluble perversión y
ambigüedad sexual del varón, la transferencia de la excitación puramente
psíquica de las fases edípicas a lo somático, como conversión, se halla ligada a
condiciones favorables que privilegian el rol masculino activo y el femenino
pasivo.
Un penoso “conflicto” que la mujer padecería sería; ¿Cómo admitir que
el patriarcado es el padre, el hermano, el compañero, el dirigente, el
ecuménico, etc., y que en esta regla no habría excepción?
Señalo en mi Ciencia de lo femenino (Femeninologia) cuanto tenemos que
aprender, sobre la estructura de la relación de la mujer con la verdad como
causa, en la imposición del transexual ecuménico genocida perverso patriarcado incluso
en las primeras decisiones de la simiesca horda primitiva.
El sentido y la verdad del feminismo (la mujer) es la derrota del
varón; perverso irresoluble y ambiguo sexual
“El feminismo es única y absolutamente la mujer”
Un travesti o un trans; no es una mujer
El discurso de la acción femeninológica, de mi ciencia de lo femenino
(Femeninologia), expone al varón frente a aquello que ha silenciado en el
pasado; el fundamento agresivo que encubre con su hipócrita moral y ética
patriarcal, que se demuestran insostenibles en el presente.
Buenos Aires
Argentina
17 de octubre de 2024
Osvaldo V. Buscaya (1939/2024)
OBya
Psicoanalítico (Freud)
*Femeninología
*Ciencia de lo femenino
16.10.24 México
Misoginia
Fabrizio Mejía ´* Madrid
“¿Por qué, entonces, sí se le pide a la Presidenta que se deslinde de
un movimiento de izquierda del que ella es fundadora?”
Elegir a una Presidenta señala que el país aplastó, junto con el
PRIAN, al sexismo, es decir, al prejuicio de que las mujeres son inferiores o
no pueden tener cargos de autoridad. La más reciente encuesta de De las Heras
así lo confirma: 90% cree que Claudia Sheinbaum será una buena Presidenta. Tan
sólo un marginal 7% cree que al país le irá mal en su sexenio. Desde el punto
de vista cultural esa expectativa encarna un tremendo cambio en lo que se
suponía que el país machista esperaba de sus mujeres.
Nos pone frente a un espejo muy distinto al que nos vendieron los
medios de comunicación y los académicos que se cansaron de repetir que los
nuevos ciudadanos mexicanos eran los mismos de las películas de Pedro Infante o
de los noticieros de Brozo. Que el ideal de autoridad era el macho tipo Diego
Fernándezz de Cevallos, Vicente Fox, o Santiago Creel o El Bronco montando a
caballo. Que jamás se iba a elegir a una mujer como Presidenta o, en la
paráfrasis de Porfirio Díaz, de que “México no estaba preparado para la
democracia”, que México no estaba preparado para una mujer presidenta. La
derrota del machismo tiene que ver, por supuesto, con una larga marcha de las
feministas pero, a últimas fechas, con la eficacia en los resultados del
gobierno paritario de Andrés Manuel. De ahí, mujeres como Raquel Buenrostro,
María Luisa Albores, Ariadna Montiel o Rosa Isela Rodríguez, mostraron su
talento para administrar y mandar. El sexismo fue derrotado pero tiene, ahora,
un coletazo, una reacción. De ese coletazo trata esta video columna.
Con la apabullante elección de la primera Presidenta en México se
desató, del lado conservador, un ambiente de misoginia que expresa su malestar
por el resultado, por el ascenso de mujeres a cargos de autoridad importantes,
en un país que estaba acostumbrado a que las mujeres fueran sólo directoras del
DIF, Cultura o Medio Ambiente. Ahora, es la Presidencia, la Secretaría de
Gobernación, Bienestar, Relaciones Exteriores, Energía, Secretaría de Ciencia,
la dirigencia del partido en el gobierno, Morena, y las principales
legisladoras las expresan esta derrota del sexismo. Pero el coletazo misógino
tiene una respuesta de las mujeres de la 4T: ponerle un alto a los discursos de
superioridad del patriarcado. De ahí la decisión de la senadora por mayoría del
estado de Chihuahua, Andrea Chávez Treviño, de demandar penalmente por las
leyes contra la violencia digital y por el derecho a la intimidad, a su
violentador, un cartonista de El Financiero, Antonio Garci Nieto. Pero no nos
adelantemos.
La misógina no es lo mismo que odio hacia las mujeres. Los acusados de
misoginia siempre dirán, en su descargo, que aman a sus mamás, esposas e hijas.
Todas ellas mujeres buenas, no malas como las que ellos insultan y, con ello,
creen castigar. No es pues un rechazo, encono, o animadversión con el sexo o el
género, sino con la posición desde la que hablan. La misoginia no es un asunto
individual, de psicología o de manejo de emociones, que se resuelva con que el
violentador tome sus cursos de manejo de ira o que entienda que las mujeres son
sus iguales. No. La misoginia es sistémica: instituciones, prácticas,
comportamientos, lenguaje, imágenes, acciones, lo sustentan todos los días.
Tampoco es idéntico al sexismo, aunque se alimentan. Tampoco es privativo de
los varones. Hay, en efecto, mujeres misóginas que le sirven al sistema
patriarcal porque la sororidad no es una esencia que se lleva por el sólo hecho
de ser mujeres, sino que es una práctica política que reconoce que el término
“mujer” es el lugar de una opresión desde la que se habla, cuenta y denuncia.
El sexo no es el género ni, mucho menos, el lugar desde donde se protesta
contra las opresiones. El sexo es genital y médico. El género es mental y de
comportamiento. La lucha feminista es una narración, un programa, y una serie
de comportamientos alternativos sobre la inequidad y la dominación de los
varones.
Hechas estas diferencias, empecemos por el principio y, para ello,
usaré una definición de quien ha escrito mucho sobre el tema, Kate Manne: “La ideología
sexista discrimina entre hombres y mujeres, normalmente alegando diferencias de
sexo más allá de lo que se sabe o podría saberse y, a veces, en contra de
nuestra mejor evidencia científica actual. Pero la misoginia hace una
diferencia entre mujeres buenas y malas para castigar a estas últimas. En
general, el sexismo y la misoginia comparten un propósito común: mantener o
restaurar un orden social patriarcal. Donde el sexismo pretende ser razonable,
la misoginia se vuelve desagradable e intenta forzar las conductas. Por tanto,
el sexismo es para la mala ciencia lo que la misoginia lo es para el moralismo.
El sexismo viste bata de laboratorio, la misoginia se lanza a la cacería de
brujas”. El sexismo, entonces, es la parte que racionaliza con la jerga
charlatana de la anatomía genital la inferioridad de las mujeres y la misoginia
es la que vigila que las mujeres —y también el resto de los géneros— cumplan
con las expectativas del patriarcado. Cuando no cumplen, la misógina enseña su
cruz en llamas para que se restaure el orden social. Porque, en vez de
preocuparnos si tal o cual fue acusado de misoginia, lo que deberíamos es
centrarnos en sus víctimas, en las mujeres y toda la hostilidad que deben
soportar cuando navegan por las aguas privativas de la masculinidad, como la
política. Este es justo el punto en el que las mujeres que llegan a un campo
masculino deben enfrentar la agresión de que se les recrimine, por ejemplo, que
han sido colocadas ahí por un hombre, que deben demostrar con creces, lo que no
se le exige a éste, y que deben responder el por qué están en ese cargo que no
es para alguien naturalmente inferior. La escenografía moral sobre la que
tienen que actuar es la que decide el patriarcado: las mujeres están obligadas
a dar, no a exigir, y esperar sentirse en deuda y agradecidas, en lugar de
tener derechos. Están obligadas a demostrar que no están usurpando un
territorio que no les corresponde. Cuando no se amoldan, entonces se les ataca
sosteniendo que un hombre las manda, que ellas obedecen, que les hereda
problemas y posturas, que deben diferenciarse, poner “su sello propio”, que
debe ser el de la suavidad, la concordia, y no el de la polarización y la
agresividad. La mujer debe dar muestras de que respeta su lugar, y si no, se le
amenaza con retirarles la aprobación social si no se cumplen estos deberes
—como no aplicar la Reforma al Poder Judicial—, y se les ofrece el incentivo
del amor y la gratitud si los realizan de buena gana y con entusiasmo. Así se
lo han dicho mujeres y varones comunicadores a la Presidenta de México, en un
burda paradoja: si no obedeces a lo que el patriarcado indica para una mujer,
entonces, estás supeditada a tu antecesor varón. En otras palabras, si no
obedeces al patriarcado, no eres feminista.
A ningún hombre se le pide que demuestre que no está subordinado a una
mujer. He ahí la desigualdad simbólica. A Felipe Calderón, al que sí impuso
Vicente Fox por la fuerza, jamás se le pidió que demostrara su independencia de
su antecesor, a pesar de que provenían del mismo partido de derecha católica y
empresarial. ¿Por qué, entonces, sí se le pide a la Presidenta que se deslinde
de un movimiento de izquierda del que ella es fundadora? Es misoginia porque ha
entrado en un terreno, la Presidencia o la simple política, que no es para
mujeres.
En fechas más recientes, algunos varones blancos, heteros, y de
derecha han divulgado en redes sociales imágenes sexuales de algunas de las
mujeres más poderosas en este momento de transformación: la presidenta del
partido Morena, Luisa Alcalde, la senadora de mayoría por Chihuahua, Andrea
Chávez, y la propia Presidenta, y hasta la esposa de Andrés Manuel. Uno de
ellos resultó ser un cartonista de un diario financiero, pero eso sólo es un
dato circunstancial. Lo que llama la atención es el uso de la sexualidad que no
se ajusta al patriarcado para señalar y hostigar a quienes han “invadido” el
campo político que no les correspondía: lesbianas, púberes precoces, y
prostitutas. Objetivar es negarle al otro autonomía y las imágenes sexuales son
sólo el castigo, la reprimenda, por no amoldarse a la exigencia de lo que se
espera de una mujer en un puesto de autoridad. Pero Manne también ve en ello
una forma de difuminar la amenaza que le significan al misógino: su declinante
estatus en relación a la rota jerarquía de los géneros.
Como el violentador, Antonio Garci Nieto es un cartonista del diario
El Financiero, se trata de escudar en la libertad de expresión para no
responsabilizarse de sus agresiones. Dice que las imágenes montadas para hacer
escenas sexuales, son humor. Esto, por supuesto, es sólo una justificación que
sólo revela su pobre entendimiento sobre el humor, pero vayamos a ello. ¿De qué
se ríe la derecha? Tradicionalmente el humor es contra los grupos más
impotentes, más vulnerables, que no se pueden defender: las mujeres, los
pobres, los indígenas, los discapacitados, los homosexuales. Jamás se burlan de
sí mismos, porque eso los haría verse vulnerables y, por lo tanto, blancos de
los chistes de otros. Los chistes sexistas ofrecen representaciones de
misoginia que cumplen muchas funciones, como la cosificación sexual de las
mujeres, la devaluación de la vida personal y profesional de las mujeres, sus
habilidades políticas, en este caso, y también sirven para agrupar a quienes quieren
reaccionar contra el feminismo, el lugar de las mujeres en la esfera privada y,
también en este caso, quienes salieron a respaldar al cartonista del
Financiero, a organizar una especie de grupo que apoya la violencia contra las
mujeres. “Es sólo una broma”, cuando se trata de clasismo, racismo o misoginia,
implica que estamos dispuestos a una indiferencia, a una pasividad moral, a un
distanciamiento de la humillación y el dolor que el lenguaje o las imágenes le
están causando a una mujer, a un indígena, a un pobre o a un gay. Se le llama
“injusticia pasiva” precisamente porque con la risa convalida un estado de
cosas abusivo. Usar el humor misógino puede querer decir dos cosas: que los que
lo aprueban están molestos con el acceso al poder de las mujeres en México o
que lo usan como una forma de interacción social, para agruparse bajo un
prejuicio ideológico. Cualquiera de las dos, o las dos al mismo tiempo, es una
mala noticia para la derecha mexicana que ya no encuentra, ya no digamos un
programa de lucha para ser oposición democrática, sino algo que no sea el
insulto, la agresión, y la distorsión. Como no pueden contra un 90% que cree
que el gobierno de la primera Presidenta de México va a ser muy benéfico,
sobajan en una imagen sexual a las mujer con autoridad. No es, como dijimos, un
asunto contra el sexo o contra el género, sino contra la posición política
desde la que mandan en el país lo que les molesta a los misóginos.
En su libro, Down Girl, Kate Manne escribe: “Incluso cuando la gente
se vuelve menos sexista –es decir, menos escéptica respecto de la perspicacia
intelectual o la capacidad de liderazgo de las mujeres, y menos inclinada a
aceptar perniciosos estereotipos de género acerca de que las mujeres son
demasiado emocionales o irracionales–, esto no significa que el trabajo del
feminismo esté terminado. Por el contrario, la misoginia que estaba latente o
dormida dentro de una cultura puede manifestarse cuando las capacidades de las
mujeres se vuelven más destacadas y, por lo tanto, desmoralizadoras o
amenazantes”. Eso es quizás lo que nos sucedió como país: el sexismo es menor,
pero el 7% que piensa mal de Claudia Sheinbaum todavía tiene a la misoginia
para hacerse escuchar, para tratar de equilibrar el peso enorme de la mayoría
que decidió que sean mujeres las principales autoridades del país y que sí, que
lo van a hacer muy bien.